HISTORIA
Puentes de Sevilla
Incluimos en HISTORIA los cinco preámbulos que Nicolás Salas ha escrito para el libro Los puentes sobre el Guadalquivir en Sevilla y que abarcan los siglos XII-XX. Este libro, realizado por quince doctores ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, ha sido editado en 1999 por la Demarcación de Andalucía Occidental del Colegio de Ingenieros C.C.P, y recoge el historial de los veinticuatro puentes de Sevilla, desde el de Barcas (1171) hasta el del V Centenario (1992)
[Puede solicitarse el libro al citado Colegio, teléfono 954 64 31 88]
Siete siglos de Historia
La Sevilla del 98
Nuevo Renacimiento sevillano
La Sevilla de la transición
La Sevilla del siglo XXI
Siete siglos de Historia
Durante seiscientos ochenta y un años, el puente de barcas sobre el Guadalquivir fue testigo de los más trascendentes acontecimientos históricos sevillanos, con tres épocas básicas durante los siglos XII, XIII y XVI-XVII. La apertura del puente de barcas en 1171 desarrolló la socioeconomía de Triana, el Aljarafe y la Sierra Norte de la provincia. El puente fue uno de los símbolos del período almohade y contemporáneo del acueducto de los Caños de Carmona, los jardines de la Buhayra y la torre-Giralda de la nueva Mezquita. Luego, durante la Sevilla Alfonsina (siglo XIII) y la Sevilla del Imperio (siglos XVI-XVII), volvió a ser testigo del orto y ocaso de la ciudad y su río.
El puente de barcas sobre el Guadalquivir ha sido testigo de casi siete siglos de historia de Sevilla, seiscientos ochenta y un años, desde 1171 hasta 1852. Un período de tiempo muy amplio y bien repleto de acontecimientos históricos básicos, comenzando por el esplendor de la ciudad árabe del imperio almohade (1147-1248) y terminando con la ciudad isabelina (1833-1868). Entre ambas épocas, contabilizamos seis grandes bloques históricos, todos ellos muy ricos en hechos decisivos para Sevilla y con influencia en el conjunto de la sociedad, marcando el urbanismo y la arquitectura, la demografía, la sociología, la economía, la cultura, la religión y la política. Dentro de este gran bloque histórico (1147-1868), hay dos épocas que marcaron el renacimiento sevillano, proyectando a la ciudad hacia el mundo occidental y elevando su influencia y fama hasta límites nunca igualados antes ni después. Estas dos épocas de máximo esplendor transcurrieron durante los siglos XIII y XVI-XVIII. En la primera fue el rey Alfonso X el Sabio (reinó entre 1252-1284) el principal protagonista del orto sevillano, y en la segunda fue fundamental la decisión de los Reyes Católicos de conceder a Sevilla la Casa de Contratación (1503), base de su emporio hasta 1717, cuando la Casa fue trasladada a Cádiz por el rey Felipe V. De manera que el privilegio sevillano de convertirse en "puerto y puerta de las Indias" (Lope de Vega), otorgado por los Reyes Católicos en 1503, fue mantenido por todos los monarcas de la Casa de Austria (1517-1700) y eliminado por el primer rey de la Casa de Borbón (1700-1746).
El primer bloque temporal de los seis antes citados (1147-1868) abarca toda la Baja Edad Media (siglos XII-XV), en la que podemos fijar como hechos históricos decisivos de la dominación musulmana, la construcción del primer puente de barcas (1171), y una serie de logros contemporáneos, como el acueducto de los Caños de Carmona, el palacio de la Buhayra, los alcázares y mezquitas, el gran alminar luego convertido en Giralda, la reconstrucción y ampliación de las murallas de la ciudad y del número de puertas y postigos heredados de los almorávides, las Torres del Oro (1220), de Abdelazis y de la Plata (ambas también del siglo XIII), de Don Fadrique (1250), etc. El tiempo cristiano lo inició la Reconquista (1248) de Fernando III y alcanzó esplendor excepcional durante el reinado de Alfonso X el Sabio. El broche de oro de la ciudad medieval fue el Descubrimiento de América (1492). Con la epopeya colombina coincide la Edad Moderna, que para Sevilla abre las puertas de los Siglos de Oro. Antes y después, dentro del período de Baja Edad Media, la ciudad se había enriquecido con establecimientos eclesiásticos como los conventos emblemáticos de San Clemente (siglo XIII) y de San Agustín (1372). Para valorar los cambios urbanos y arquitectónicos de las ciudades fernandina y alfonsina, en relación con el tiempo musulmán, puede seguirse la incorporación de edificios religiosos al patrimonio sevillano. La historia de la ciudad, su formación a través de los siglos, está "escrita" en el censo de conventos, iglesias y edificios civiles públicos. De ahí la importancia de conocer las épocas en que se incorporaron a la ciudad. La relación de iglesias de este período de la Baja Edad Media, es muy extenso, en gran parte construidas o adaptadas de antiguas mezquitas. Por ejemplo, los templos de Santa Ana, Omnium Sanctorum, San Juan de la Palma, Santa María la Blanca y San Gil, todos del siglo XIII. Durante la centuria siguiente, se incorporan los templos de San Lorenzo, Santa Marina, Santa Lucía, Santa Catalina, San Julián, San Román, San Pedro, San Esteban, San Isidoro, San Marcos y San Vicente, todos del siglo XIV. Otros edificios emblemático de esta época son el Hospital de los Viejos y el Palacio del Rey Don Pedro, ambos del siglo XIV, y este último localizado en el Real Alcázar (siglo IX). Del siglo XV, son la Cartuja de Santa María de las Cuevas (1400), el monasterio de Santa Paula, las iglesias de San Andrés y de San Martín, el convento de Santa Inés, la Casa del Rey Moro, el palacio de las Dueñas, y la Casa de Pilatos.
Como hitos de la "Ciudad del Quinientos" y contemporáneos del puente de barcas, podemos citar varias estancias de Cristóbal Colón en nuestra ciudad (1492), de regreso del primer viaje a Indias, y de preparación del segundo (1493) y del último viajes (1501). Las fundaciones de la Casa de Contratación (1503) y de la primera Universidad hispalense (1505), en el colegio de Santa María de Jesús creado por maese Rodrigo Fernández de Santaella. La terminación de la Catedral (1506), el establecimiento del Vía Crucis (1521) desde la Casa de Pilatos al templete de la Cruz del Campo (1482), considerado el primer antecedente de la posterior Semana Santa organizada por las Hermandades y Cofradías sevillanas. Asimismo, la boda de Carlos I con Isabel de Portugal en los Reales Alcázares (1526). Fue urbanizada la Alameda de Hércules (1574), y se trasladaron a la capilla Real de la Catedral los restos de Fernando III, Alfonso X el Sabio, Beatriz de Suabia, María de Padilla y los infantes Alonso y Pedro (1579). La estancia de Miguel de Cervantes se inició en 1587, registrándose su doble encarcelamiento en 1597 y 1602. Continuamos con la síntesis de edificios religiosos que modificaron la morfología urbana y que sirven de hitos para valorar mejor la evolución de la ciudad. Del siglo XVI proceden la capilla del Seminario de San Miguel (Puerta de Jerez); los conventos del Dulce Nombre, del Espíritu Santo, de Santa Rosalía, de Santa María la Real, de Los Remedios, de San Buenaventura, de Santa Isabel, de Santa Clara, de San Leandro, de Santa María de los Reyes, y de Madre de Dios, y los monasterios de San Jerónimo y de Santa María del Socorro. Del siglo XVII es el hospital de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios (calle Sagasta). Las Atarazanas (1252), fundadas por Alfonso X el Sabio sobre los vestigios árabes, lo mismo que éstos hicieron sobre los primeros astilleros romanos, han llegado en parte hasta nuestros días reconvertidas en muy diferentes usos que los originales. En el siglo XVI, gran parte de las Atarazanas sirvieron para instalar la Casa de la Moneda, la Aduana (siglo XVIII), y el barranco del pescado. La Maestranza de Artillería (siglo XVIII) fue construida sobre restos de las Atarazanas, lo mismo que el Hospital de la Caridad y la iglesia de San Jorge. La actual Delegación de Hacienda se construyó en el lugar de la Aduana. Otras construcciones singulares datadas en el siglo XVI, son el Archivo de Protocolos (1559), el Hospital de las Cinco Llagas (1544-1601), iglesia de la Universidad (1565-1578), la Casa de Santa Teresa, el corral del Trompero, la Casa de los Pinelo, el Archivo General de Indias (1584-1598), el Ayuntamiento (1527-1564), el cuerpo cristiano de la Giralda (1560-1568), la Cárcel Real (1569-1585), la Casa de la Moneda, la Aduana (1585), el palacio de la condesa de Lebrija, la Audiencia (1595-1597), el cuartel del Carmen, el palacio Arzobispal, entre otros edificios emblemáticos civiles y religiosos.
Durante el siglo XVII comenzó en Sevilla el consumo de tabaco (1607), y en 1617 se celebraron fiestas extraordinarias por el logro de la bula papal en favor de la Inmaculada Concepción, y en 1631 por la beatificación de Fernando III. En 1649 la ciudad sufrió la terrible epidemia de peste que acabó casi con la mitad de los habitantes. Poco después, en 1652, en tiempos de hambre y carestía, se produjo la sangrienta revolución popular del Pendón Verde, en el barrio de la Feria. Comenzó la construcción del Hospital de Venerables Sacerdotes (1676) y del palacio de San Telmo (1682), de los conventos de San José (Las Teresas), de San Alberto, de los Descalzos, de los Terceros, y de Santa Ana. Las iglesias de San Benito, de Santa Cruz, de San Antonio de Padua, de la Santa Caridad, del Buen Suceso, de la Magdalena, del Salvador, de San José (capilla), de la O, y de San Luis. También son de esta centuria, el colegio de San Hermenegildo, el Museo de Bellas Artes, el Hospital del Pozo Santo, el palacio de Altamira, las tendillas de la plaza del Pan, la Casa de Mañara, el palacio de los Bucarelli. En 1697 fue fundada la Tertulia Médica que luego se convirtió en Regia Sociedad Médica Hispalense, origen de la actual Real Academia de Medicina. En resumen, puede valorarse la transcendencia que el siglo XVII tuvo en la configuración de la ciudad moderna teniendo el puente de barcas como testigo de la Historia.
Entre los más importantes acontecimientos contemporáneos sevillanos del puente de barcas durante el siglo XVIII, citamos la aclamación de Felipe V como rey (1700), el mismo que "hundió el emporio de Sevilla, en beneficio del puerto gaditano" (Teodoro Falcón Márquez), al trasladar a Cádiz la Casa de Contratación; la primera procesión de la Divina Pastora (1703); la epidemia de peste de 1709, que costó la vida a trece mil ciudadano; la bendición de la nueva Colegiata del Divino Salvador (1712); la ya citada pérdida de la Casa de Contratación en favor de Cádiz (1717); el traslado de los restos de San Fernando a la urna de plata (1729); la primera presencia de la Real Maestranza de Caballería en el Arenal (1730), con una plaza de toros rectangular de madera, convertida en redonda -primera de España- en 1733 y de fábrica iniciada en 1761 y terminada en 1881; la construcción de los Almacenes de Madera del Rey (1735); el derribo de los arcos de piedra que unían la Puerta de los Palos de la Catedral con el Palacio Arzobispal (1754); hubo un gran terromoto que destruyó parte de la ciudad y dio origen al monumento de la plaza del Triunfo (1755); primera "fonda" y primer "café" sevillanos (1758); primer plano topográfico de Sevilla mandado hacer por el Asistente Pablo de Olavide (1771); traslado de la Universidad desde la Puerta de Jerez a la antigua Casa Profesa de la Compañía de Jesús, en la calle Laraña (1771); también la Santa Inquisición cambió de sede y se trasladó desde el castillo de San Jorge al Colegio de Becas, en la Alameda de Hércules (1785); construcción del cuartel de Caballería de la Puerta de la Carne (1788), luego de Intendencia y por último, sede de la Diputación Provincial (1995); y concluyó la centuria con otra terrible epidemia, esta vez de fiebre amarilla (1800). Entre los edificios singulares incorporados a la ciudad durante el siglo XVIII, están el mercado de la Feria (1719), la Casa de las Aguilas, el palacio de los marqueses de Villapanés, la Universidad (antigua Fábrica de Tabacos, 1728-1771), las iglesias de San Roque, de San Jacinto, de San Bernardo, de Santiago, de San Ildefonso, de San Bartolomé y de San Nicolás; el Hospital de San Lázaro, la casa de la antigua Diputación, el parador del Lucero, las casa-palacio del Infantado, de los marqueses de la Algaba, del Pumarejo, de los condes de Ybarra y del conde de Torrejón; los corrales del Conde y del Coliseo, la Casa de los Artistas, la Fundición de Artillería (1757-1762), el Museo de Arte Contemporáneo (1770) y la Real Maestranza de Artillería.
La presencia del puente de barcas durante los siglos XVI-XVIII, el tiempo más importante de la ciudad, su "edad de oro", la "Sevilla del Imperio" (Santiago Montoto), resulta significativa, pues la construcción de puentes de fábrica estaba muy extendida. Además hubo varios proyectos para sustituir al primitivo puente de barcas, sin éxito, hasta mediado el siglo XIX. Como hemos podido apreciar en las ya citadas relaciones de edificios civiles y eclesiásticos incorporados a la ciudad durante los siglos XIII-XVIII, las centurias XVI-XVII fueron las más decisivas en la formación del patrimonio ciudadano. La ciudad-puerto de Indias, "condicionaría a Sevilla desde el punto de vista urbanístico, ya que la ciudad se orientó hacia el río" (Teodoro Falcón Márquez), como prueban los diseños urbanos de la orilla izquierda del Guadalquivir, los edificios emblemáticos con fachadas proyectadas hacia el río, la incorporación del mármol en las construcciones suntuosas, la numerosa nómina de iglesias, conventos y monasterios que se alzan durante todo el siglo XVII y que están reflejados en el primer plano topográfico de 1771 (Pablo de Olavide). Fue un tiempo de portadas monumentales y también se reflejó el afán suntuario en la reforma y mejora de varias Puertas y Postigos de la ciudad, que pasaron a ser muestras del renacentismo, con aportaciones en gran parte de figuras como Hernán Ruiz y Benvenuto Tartello. Durante los siglos XVI-XVIII se publicaron las más completas vistas-planos de la ciudad, tomando el puerto de Indias como objetivo prioritario y realizadas desde la altura del Aljarafe. Durante estos siglos, "Sevilla es posiblemente una de las ciudades más iconografiadas del mundo" (María Dolores Cabra). Uno de los grabados básicos fue fechado en 1617 y marcó una panorámica y un contenido más avanzado que los dibujos anteriores. Esta vista de la ciudad fue editada por Ian Iansen en La Haya (1617) y son muy pocos los grabados originales que se conservan, quizás sólo tres, custodiados en la British Library de Londres, en la Bibliothéque Nationale de París, y en la Kungliga Biblioteket de Estocolmo. Este dibujo inició el conocido lema de "Quien no ha visto Sevilla no ha visto maravilla", de autor anónimo. De manera que el puente de barcas aparece en la iconografía básica de la ciudad, como elemento indispensable del río y su puerto, como símbolo de todas las épocas durante casi siete siglos, y desde luego durante los tiempos de esplendor de Alfonso X el Sabio (siglo XIII), y de los Reyes Católicos y la Casa de Austria (siglos XVI-XVII).
Entre 1800 y 1852, último período de vida del puente de barcas, Sevilla registró hechos que fueron decisivos para su futuro ciudadano. La invasión francesa (1 febrero 1810-27 agosto 1812) tuvo múltiples consecuencias negativas y algunas positivas. Junto al expolio de obras de artes y la destrucción de edificios religiosos ocupados por las tropas francesas, debemos recordar los proyectos de mejoras urbanas, casi todos realizados muchos años después de abandonar la ciudad los invasores. Fueron los casos de las plazas de Santa Cruz, de la Magdalena, de la Encarnación y Nueva, frutos de los derribos de los conventos existentes en las citadas zonas urbanas. En 1814 se produjo la contrarrevolución absolutista, y en 1816 un fuerte temblor de tierra; en 1817, fue botado en el Guadalquivir el "Betis", primer buque de vapor; ese mismo año, fue establecida la Real Sociedad de Medicina; en 1819, la ciudad volvió a sufrir epidemia de fiebre amarilla; en 1820, fue inaugurado el primer mercado de abastos de la Encarnación, construido en madera, hasta que en 1833 se construyó de material y duró hasta 1973. En 1829 comenzaron los ensayos para cultivar tabaco y arroz en secano, y en 1830 fue creada la Escuela de Tauromaquia. Un hecho importante de esta primera mitad del siglo XIX, fue la creación de la provincia de Sevilla en octubre de 1833. Desde entonces, el antiguo reino de Sevilla fue dividido en las provincias de Sevilla, Cádiz y Huelva, además de los partidos judiciales de Fregenal, Campillos y Amtequera en las provincias de Badajoz y Málaga. En 1839 fue fundada por Carlos Pickman la fábrica de cerámica La Cartuja, en el convento expropiado de Santa María de las Cuevas. Al primer barco de vapor, el "Fernandino" o "Betis" (1817) se unieron el "Trajano" (1840) y el "Teodosio" (1841), y un año después el "Rápido", éste procedente de Londres. Otros hechos importantes de la primera mitad del siglo XIX, fueron: La Feria de Abril, proyectada como mercado ganadero por los concejales José María de Ibarra y Narciso Bonaplata (1846) y celebrada al año siguiente por primera vez; la fundación del teatro San Fernando (1847) y de la Pirotecnia Militar (1846); la constitución del Seminario Conciliar (1848), en el antiguo colegio de Santa María de Jesús; la llegada a nuestra ciudad de los duques de Montpensier (1848); las primeras gestiones sobre el ferrocarril (1847), materializadas en 1859 (línea de Córdoba) y 1860 (línea de Cádiz); la inauguración del cementerio de San Fernando (1853), el comienzo del alumbrado de gas, la instalación de fundiciones, etc., dieron al segundo tercio del siglo XIX un carácter de renacimiento socioeconómico y político que tuvo repercusiones trascendentes en la vida ciudadana y en el diseño urbano. La etapa del Asistente José Manuel de Arjona (1825-1833), fue excepcional y modificó positivamente gran parte de las zonas urbanas existentes junto a la orilla del río, entre la zona de la Barqueta y las Delicias, urbanizando parte del Arenal y creando los jardines de Eslava, de Cristina y de las Delicias, en el Sur de la ciudad. El patrimonio urbano y arquitectónico se enriqueció durante el siglo XIX, con un buen número de casas-palacios, mansiones señoriales como la de los condes de Palomares, del Cardenal, de los condes de Casa Galindo, de las Sirenas, el monasterio de las Salesas. De este siglo son un buen número de corrales, el cuartel de la Alameda, las estaciones ferroviarias de San Bernardo y plaza de Armas, el mercado del Barranco del pescado, los antiguos Juzgados, los Altos Colegios de la Macarena, la Casa Guardiola, el Costurero de la Reina. Los cuatro períodos políticos de los dos primeros tercios del siglo XIX, ya en plena Edad Contemporánea desde la Revolución Francesa (1789), coinciden con la última etapa del puente de barcas. Fueron los tiempos de la invasión francesa (1810-1812), de los liberales (1812-1814), de los fernandinos (1814-1833), y de los isabelinos (1833-1868). La Sevilla federal (1868-1898) ya no tendría como testigo de la historia al legendario puente de barcas iniciado en 1171.
Hemos dicho que las dos edades doradas de Sevilla fueron las de los siglos XIII y XVI-XVII, pero debemos añadir que el siglo XII también marcó un antes y un después de la ciudad como consecuencia de la construcción del primer puente de barcas, en 1171. En efecto, la gran visión administrativa del califa almohade Abu Yacub Yusuf modificó positivamente las estructuras socioeconómicas del arrabal de Triana, de gran parte de los pueblos del alfoz en la zona del Aljarafe y de la Sierra Norte de la provincia. Las producciones agrarias de las citadas zonas, de enorme riqueza, pudieron comercializarse en la capital gracias a las facilidades de transportes dadas por el nuevo puente de barcas. En muy apretada síntesis, este es el complemento documental del extenso período de vida del puente de barcas (1171-1852), seiscientos ochenta y un años de Historia de Sevilla.
©Nicolás Salas [1999]
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La Sevilla del 98
Terminado el ciclo del puente de barcas, después de seiscientos ochenta y un años, tres nuevos puentes se incorporaron al Guadalquivir: el de Isabel II, vulgo de Triana; el del ferrocarril Sevilla-Huelva, y la Pasadera del Agua, en el sitio de Chapina con servicio peatonal. La ciudad vivió durante el siglo XIX un nuevo orto y ocaso sociopolítico, provocado éste por el Desastre del 98 y sus antecedentes. Los tres nuevos puentes, coincidentes con la Sevilla Federal (1868-1898), impulsaron el desarrollo económico de la margen derecha del Guadalquivir y fueron contemporáneos del alumbrado de gas, de los tranvías de mulas, de la llegada de la electricidad (1894) y la fundación del Ateneo (1887).
Después de seiscientos ochenta y un años con el puente de barcas como único sistema firme de comunicación entre las dos orillas del Guadalquivir (1171-1852), durante la segunda mitad del siglo XIX la ciudad contó con tres puentes. El primero, llamado de Isabel II y conocido popularmente como de Triana, fue inaugurado el 21 de febrero de 1852. El segundo puente se llamó de Alfonso XII y tuvo carácter ferroviario para permitir el servicio de transportes entre Sevilla y Huelva, y fue inaugurado el 15 de marzo de 1880. Por último, se incorporó a la ciudad la Pasadera del Agua, popularmente conocida como de Chapina, con el doble uso de soporte de las tuberías de abastecimiento de agua y paso peatonal. Fue inaugurada el 23 de abril de 1898. Hasta aquí, los datos básicos que son ampliados en las correspondientes crónicas técnicas que aporta este libro a continuación. Nosotros nos limitamos a recuperar la memoria histórica de la Sevilla del 98, el ambiente decimonónico de la ciudad y su alfoz, en definitiva las circunstancias de tiempo y lugar que ayudan a conocer mejor la trascendencia que tuvieron los tres puentes citados en el desarrollo social y económico de la urbe y su entorno. Si el puente de barcas fue el impulsor de la vida de Triana, del alfoz en gran parte del Aljarafe y de la Sierra Norte de la provincia, el de Isabel II consolidó el sistema socioeconómico de toda la margen derecha del Guadalquivir, y el puente ferroviario hizo posible las comunicaciones con el resto del Suroeste de Andalucía y el Sur de Portugal. Por su parte, la Pasadera de Chapina acabó con el sistema de falúas que utilizaron preferentemente las obreras que iban diariamente a trabajar a la fábrica de loza y cerámica de la Cartuja y también a los numerosos almacenes de aceitunas trianeros, procedentes de los barrios de la Macarena y del Este de la ciudad. El sistema de falúas se mantuvo hasta el 18 de agosto de 1931, cuando fue inaugurado el puente de San Telmo, entre las zonas de la Torre del Oro y el puerto de Camaroneros, tema del que nos ocuparemos en el próximo capítulo. El puente de Isabel II coincide con el orto y el ocaso de una época básica de Sevilla, de renacimiento social, económico y cultural, después de un largo período de decadencia desde que en 1717 se trasladó la Casa de Contratación a Cádiz durante el reinado de Felipe V, primer monarca Borbón. Pero este tiempo de renacimiento sevillano, iniciado mediado los años cuarenta del siglo XIX, no pudo prosperar como consecuencia del llamado Desastre del 98, y sus antecedentes sociopolíticos, por lo que las grandes iniciativas socioeconómicas surgidas en la Sevilla Isabelina (1833-1868), quedaron frustradas por causas ajenas a la propia capital y su provincia. A la mencionada Sevilla Isabelina sucedió la Sevilla Federal (1868-1898), que no aportó ninguna posibilidad significativa al desarrollo de la capital y provincia, ni siquiera al mantenimiento de lo logrado durante la etapa anterior. De esta época podemos recuperar los afanes mercantiles que hicieron posible la Feria Bético-Extremeña, de contenido general agrario y sectores afines, celebrada en 1874 en los salones de los Reales Alcázares; la Feria ganadera de San Miguel, iniciada en 1875; algunas mejoras en la ría del Guadalquivir y la incorporación de nuevos empresarios vascos y catalanes en los sectores industrial y comercial. Las mismas circunstancias de renacimiento sevillano y frustración posterior por razones ajenas a la ciudad, motivadas por causas nacionales negativas, volvieron a producirse durante la primera mitad del siglo XX, como tendremos oportunidad de comentar en el próximo capítulo. En efecto, el renacimiento ciudadano impulsado por los afanes regeneracionistas (1898), liderados por Joaquín Costa y Francisco Cambó; la fundación del Ateneo (1887), por un grupo de catedráticos y profesionales liberales; y la larga gestación de la Exposición Iberoamericana (1909-1929), más los beneficios otorgados por la Dictadura de Primo de Rivera, como máximos exponentes de un tiempo nuevo y esperanzador para Sevilla, quedaron truncados por causas de la caída de la Monarquía alfonsina, la II República, la Guerra Civil de España y la posterior y larga postguerra.
Esta segunda mitad del siglo XIX, con sus altibajos socioeconómicos, coincide con la Sevilla costumbrista más difundida en el extranjero, la "ciudad de pandereta" que cautiva a los viajeros y artistas románticos de la época, y que con sus escritos y dibujos motivan leyendas más negativas que positivas, nunca contrarrestadas por la propia ciudad, que se inclinó siempre por el desinterés, por la indiferencia, sin importarle la fama externa. Teófilo Gautier, en su "Viaje por España" de mediado el siglo XIX, escribió un análisis bastante acertado sobre la idiosincrasia sevillana, afirmando: "...Sevilla tiene todo el rumor y movimiento de la vida. Le importa poco el "ayer", y menos aún el "mañana"; se entrega al día presente. El recuerdo y la esperanza son la ventura de los pueblos desdichados; Sevilla es feliz..." La imagen de Sevilla durante los Siglos de Oro y siguientes cautivó a un buen número de escritores hispanoamericanos, que le dedicaron obras excelentes. En paralelo la imagen gráfica sevillana y andaluza en general tuvo geniales intérpretes extranjeros.
Cuando Sevilla llega al comienzo del siglo XX, la suma de las últimas décadas define a una ciudad sin tiempo, anclada en el pasado. Entre los planos de Poley (1910) y de Olavide (1771), apenas si existen diferencias, salvo los ensanches urbanos interiores promovidos directa e indirectamente por la invasión francesa que impuso grandes plazas en lugares ocupados hasta entonces por conventos y manzanas de viviendas anexas. Son los casos significativos de los sectores de la Encarnación, Santa Cruz, Magdalena, San Fernando (Nueva) y Argüelles (Cristo de Burgos). Pero el perímetro urbano de la ciudad de 1900 era idéntico al del siglo XVIII, y lo mismo ocurría con la zona central, entre el Ayuntamiento y la Puerta de Jerez. En este emblemático sector, el trazado de la actual avenida no se completó hasta 1927-1928 y gracias a las ayudas de la Dictadura de Miguel Primo de Rivera con motivo de la Exposición Iberoamericana de 1929. Extra murallas, en la frontera con las rondas, en 1900 existían los mismos arrabales históricos del primer plano topográfico de 1771: los Humeros, la Macarena, San Roque y la Calzada, San Bernardo, la Resolana (Arenal), la Carretería y el Baratillo, la Cestería y Triana, como en los Siglos de Oro. Todo lo demás eran huertas y cortijos. La ciudad de los puentes de Isabel II (Triana), de Alfonso XII y de la Pasadera del Agua (Chapina), entre 1852 y 1898, estaba dividida en diez distritos, con seiscientas dos calles, cincuenta y siete plazas y sesenta y una barreduelas. Tenía cuatro mercados de abastos -los de la Encarnación, Feria, Triana y San Agustín-, más el mercadillo del Postigo del Aceite. Además, había registradas más de doscientas tiendas mixtas de comestibles y bebidas, sin contar las tabernas, cafés y cervecerías que superaban los doscientos cincuenta establecimientos. Tan numeroso censo hostelero contrastaba con el reducido número de librerías e imprentas, apenas dos decenas. El panorama comercial de abastecimientos se completaba con numerosos mercadillos eventuales, la mayoría de ellos surgidos durante la segunda mitad del siglo XIX y contemporáneos de los tres puentes. Sólo dos mercados tenían antigüedad remota, el de la Alhóndiga, de origen árabe, que se mantuvo posiblemente hasta 1886; y el del Jueves, también de origen árabe y que aún se mantiene abierto en dos lugares, en la calle de la Feria los jueves, y en el paseo de la Alameda de Hércules los domingos. Luego hubo una larga nómina de mercadillos: del Rastro (1865-1930?), en la Puerta de la Carne durante la Pascua de Resurrección, dedicado a ganado lanar; de Caballerías (1865-1904?), en la Puerta Osario; del Aceite (1877?-1911); del Boquete (1876?-1912), cerca de la Puerta Osario, dedicado a la ropa usada; del Calzado Viejo (1870-1899?); del Barranco del Pescado (1884-1971); y otros de carácter unitario.
Sevilla alcanzó el siglo XX con la dramática realidad sanitaria de ser la tercera ciudad del mundo en mortalidad infantil, detrás de Bombay y Madrás, en la India. Era una ciudad casi sin alcantarillado, con pozos negros, con una reducida red de abastecimiento de agua dulce servida por la empresa inglesa "The Seville Water Works Company Limited", procedente de los Caños de Carmona, y numerosas fuentes públicas de agua filtrada del río Guadalquivir. La insalubridad pública se acentuaba los años de riadas, que eran muy frecuentes, y dieron motivos a enfermedades crónicas como la tuberculosis y el reuma. El gas era el sistema de alumbrado público desde 1846, con 5.458 puntos de luz, hasta la fundación de la Compañía Sevillana de Electricidad en 1894. Tenía ya la ciudad tres estatuas públicas. La primera, en la plaza del Museo, dedicada a Murillo (1864); la segunda, en la plaza de la Gavidia, en honor de Daoiz (1889), y la tercera en recuerdo de Velázquez (1892), en la plaza del Duque de la Victoria. Los transportes de mercancías y de personas eran realizados por diversos tipos de carruajes tirados por mulos y caballos. El primer automóvil matriculado en Sevilla, la placa SE-1, no llegó hasta el año 1905, un coche marca "Renault" a nombre de Vicente Turmo Romera. Desde 1887 existió un servicio de tranvías tirados por mulas, y eléctricos desde 1895. Sin duda, las mejores fuentes de información sociológica sobre las realidades ciudadanas, fueron y siguen siendo aún las obras del profesor Felipe Hauser, publicadas en 1882 y 1884. También son documentos básicos los textos presentados en los Juegos Florales del Ateneo, fundado en 1887 por el catalán Manuel Sales y Ferrer, sobre numerosos asuntos relacionados con el presente y futuro de la ciudad. Podemos afirmar que el Ateneo se convirtió desde sus primeros años en el crisol de voluntades a favor del renacimiento ciudadano. Este Ateneo de 1887, fue el que prevaleció en el siglo XX, de entre más de una decena de entidades culturales fundadas durante el último tercio del siglo XIX. Como continuación del movimiento cultural iniciado por los viajeros románticos y artistas acompañantes, la fotografía tuvo en Sevilla mucha trascendencia en la etapa final del siglo pasado. La ciudad se convirtió en la más iconografiada de España y fue tema predilecto para los editores de tarjetas postales. Numeros fotógrafos artistas vinieron a Sevilla y algunos quedaron aquí establecidos. La cultura sevillana registró durante finales del siglo XIX y primeros lustros de la actual centuria, un tiempo de esplendor, en un ambiente favorable. Hubo varias tertulias famosas, editores, libreros, escultores y pintores, poetas, escritores, periodistas, próceres con bibliotecas y pinacotecas abiertas al público. El espíritu regeneracionista del 98 caló hondo en Sevilla tanto en el círculo ateneísta como en otros foros culturales. Igual sucedió en el mundo religioso, coincidiendo en la Sevilla finisecular y principios del siglo XX, tres grandes figuras de la Iglesia hispalense: Sor Angela de la Cruz (1846-1932), Don Marcelo Spínola y Maestre (1835-1906), y el misionero jesuita Padre Francisco Tarín (1847-1910), los tres caminos de la canonización y tenidos por santos por el pueblo sevillano.
La economía sevillana capitalina y provincial, se enfrentó a la gran crisis de los años cuarenta del pasado siglo con imaginación y de la mano de gente foránea. José María Ibarra y Narciso Bonaplata, vasco el primero y catalán el segundo, llegaron a Sevilla como empresarios y muy pronto formaron en las filas liberales que ganaron puestos de decisión en el Ayuntamiento de 1846. Este mismo año propusieron y lograron, después de muchas vicisitudes provocadas desde el Madrid cortesano, que Isabel II aprobara una feria mercado para Sevilla, los días 18, 19 y 20 de abril de cada año, celebrándose la primera en 1847. Este fue el origen de la popular Feria abrileña. De esta época fueron el teatro San Fernando, con temporadas anuales de óperas, el Banco de Sevilla y la ferrería de El Pedroso. La procedencia foránea, incluso extranjera, del resurgir de la economía sevillana quedó reflejada en las varias guías mercantiles de la segunda mitad del siglo XIX. Los principales sectores de manufacturas industriales, de la agroindustria y del comercio, tuvieron apellidos de inmigrantes. Así sucede en las fundiciones de metales, en las corcho-taponeras, los almacenes de aceitunas, las fábricas de vidrios y cerámicas; también en los polveros, en las bodegas, fondas y restaurantes, en las tiendas de coloniales y de tejidos y confecciones, en la banca, en los consignatarios de buques, en las fábricas de pianos, etc., etc. Otro factor decisivo de desarrollo fue la actividad exportadora del puerto de Sevilla, aunque basada generalmente en el expolio de las riquezas mineras y agrarias, vendidas como materias primas sin manufacturar. La capital tenía 148.315 habitantes en 1900, y 555.256 en el total provincial. El fenómeno demográfico fue espectacular en las primeras décadas del siglo XX, como tendremos ocasión de exponer en el próximo capítulo, motivado por las grandes obras públicas y la Exposición Iberoamericana. En el censo oficial de viviendas de 1900, Sevilla capital tenía 11.774 casas, de las que 1.118 eran corrales de vecinos, la mayor parte de ellos localizados en la Macarena y Triana, aunque todos los barrios de la ciudad tenían numerosas casas colectivas de este tipo. Puede afirmarse que un tercio de la población sevillana residía en este tipo de viviendas, en su mayor parte procedentes de los siglos anteriores. Estos corrales reunían las mínimas condiciones exigibles para vivir. No tenían agua corriente y sólo disponían de uno o dos retretes por planta para varias decenas de vecinos. La mayor parte de los corrales que llegaron hasta los años treinta y cuarenta del siglo XX, ya fueron denunciados por el profesor Hauser en 1882 y 1884, como infrahumanos. El panorama desolador de la falta de viviendas populares lo completaban los suburbios que rodeaban la ciudad con un "cinturón de la miseria". La Sevilla del siglo XIX, iniciado con la invasión francesa y terminado con el Desastre del 98, fue rica en episodios históricos decisivos, que en la segunda mitad de la centuria fueron en gran parte protagonizados por el ducado de Montpensier.
©Nicolás Salas [1999]
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Nuevo Renacimiento sevillano
El tercer capítulo de la historia de los puentes de Sevilla abarca casi el primer medio siglo XX, entre los puentes de Alfonso XIII (1926) y del ferrocarril Sevilla-Huelva (1943). Otros tres nuevos puentes (de San Telmo, de San Juan de Aznalfarache y del Patrocinio), completaron las mejoras de las comunicaciones entre ambas orillas del Guadalquivir. En este período y con motivo de la larga gestación de la Exposición Iberoamericana (1909-1929), surgió un nuevo Renacimiento sevillano, que fue clave para la modernización de la ciudad y promoción de la cultural. Por desgracia, causas externas volvieron a frustrar la mejor oportunidad de recuperar el lugar nacional e histórico que correspondía a Sevilla.
Entramos en el ecuador del historial de los puentes de Sevilla, el capítulo tercero que abarca desde 1900 hasta el medio siglo. A los tres puentes construidos durante la segunda mitad del siglo XIX, se unieron cinco entre 1926 y 1943. De manera que este período tuvo positiva importancia en las comunicaciones entre ambas orillas del Guadalquivir, tanto en el cauce histórico como en el nuevo de la Vega de Triana. Además de los cinco puentes, se incorporó a la ciudad la corta de Alfonso XIII, vulgo de Tablada, que fue una de las más decisivas mejoras de la navegación fluvial y aportó además amplias zonas portuarias e industriales. La crónica técnica que sigue a este preámbulo informa con amplitud de los antecedentes y construcciones de los puentes de Alfonso XIII (1926), de San Telmo (1931), de San Juan de Aznalfarache (1933), del Patrocinio (1940), y del ferrocarril Sevilla-Huelva en la Vega de Triana (1943).
Entre 1900 y 1929, Sevilla vivió un nuevo Renacimiento ciudadano, cultural, social y económico, similar al registrado durante el segundo tercio de la centuria anterior. Y como sucedió entonces por culpa de las circunstancias nacionales adversas, también durante la primera mitad del siglo XX se frustraron las esperanzas de consolidar el despegue socioeconómico y se produjo una prolongada época de crisis. Puede afirmarse que, después de la ruptura de la etapa de progreso ciudadano potenciado por la Exposición Iberoamericana -motivada por la caída de la Monarquía alfonsina, la II República y la Guerra Civil de España-, la larga postguerra se extendió desde 1939 hasta bien entrados los años cincuenta. Fue el tiempo conocido como los "años del hambre", de extremas precariedades sociales y económicas que neutralizaron las múltiples iniciativas institucionales y empresariales surgidas durante los años diez y veinte del siglo. Hubo que esperar a los Planes de Desarrollo de mediados los años sesenta, para que la capital y provincia sevillanas comenzaran un nuevo ciclo de expansión. Pero este nuevo período socioeconómico corresponde al próximo capítulo, que abarca desde el puente del Generalísimo (1968) hasta principio de los años ochenta.
El Renacimiento sevillano del primer tercio del siglo XX, contemporáneo de los cinco nuevos puentes sobre el Guadalquivir y símbolos del espléndido desarrollo ciudadano paralelo a las mejoras del cauce fluvial, fue muy complejo, muy rico en acontecimientos, y la obligada síntesis de este preámbulo casi supone reducirlo a un apretado índice de asuntos que fueron trascendentales para Sevilla. En efecto, durante el primer tercio del siglo XX, Sevilla registró circunstancias que fueron fundamentales para su futuro. Vamos a tratar de ofrecer una síntesis que nos ayude a valorar justamente aquel tiempo, siguiendo un orden natural histórico; es decir, territorio, urbanismo y arquitectura; población y demografía; sociedad y costumbres; economía; administraciones públicas; cultura y espiritualidad. Ya hemos citado en el capítulo anterior, que Sevilla entró cronológicamente en el siglo XX, pero sin dejar de ser una "ciudad sin tiempo" anclada en la centuria anterior. El plano de Poley (1910) representa la mejor demostración del estatismo territorial y urbano, en una ciudad con sólo 148.315 habitantes, más cerca del siglo XVIII (plano de Olavide, 1771) que de las realidades sociológicas de las décadas siguientes (1910-1930). La explosión demográfica de las décadas segunda y tercera del siglo, marcaron un tiempo nuevo. Entre 1911 y 1920, la provincia sevillana registró un saldo migratorio positivo de 71.232 personas, en su inmensa mayoría gravitando sobre la capital y su comarca. En cifras absolutas, el censo provincial creció en 112.676 personas entre 1911 y 1920. Luego, en la siguiente década, el censo provincial aumentó en 93.545 habitantes entre 1921-1930. El fenómeno demográfico antes citado tuvo su origen en la enorme expectación despertada por el Renacimiento sevillano con motivo de iniciarse grandes obras de infraestructuras, principalmente la corta de Tablada (1906-1926); la dársena de la Vega de Triana para liberar el antiguo cauce de Los Gordales; los cinco puentes antes citados; los pasos elevados de San Bernardo (1924), Luis Montoto (1931) y de la Enramadilla (1942?); los numerosos pabellones para la Exposición Iberoamericana; las plazas y ensanches urbanos proyectados desde el pasado siglo, más el auge de la construcción protagonizada por las arquitecturas del "modernismo" (1900-1915) y del "regionalismo sevillano" (1900-1935). Dentro del período de relanzamiento de la ciudad, debemos fijar una etapa clave, protagonizada por la Dictadura de Primo de Rivera, que para Sevilla comenzó en 1925 y terminó en 1929.
El proyecto de Exposición Hispano-Americana (Iberoamericana desde 1922) tuvo una larga gestación, iniciada en 1908 con la Exposición "España en Sevilla", aprobada en 1909 y afectada a continuación por una compleja serie de contratiempos hasta 1925, con varios aplazamientos del calendario de apertura. El tribunal del tiempo nos permite afirmar, que sin el apoyo decisivo del rey Alfonso XIII y la actuación administrativa y política de Miguel Primo de Rivera, hubiera sido imposible llevar a feliz término la Exposición Iberoamericana. Desde 1925 en adelante, la ciudad comenzó a ver hechas realidades obras de infraestructuras hasta entonces paralizadas o aún en proyectos. A las obras de ensanches de los años diez y primeros veinte, en la Campana, Martín Villa, Mateos Gago, Cánovas del Castillo y Fernández y González, se unieron las obras que crearon la actual avenida de la Constitución. Lo que desde mediado el siglo XIX y aprobado definitivamente en 1906, parecía un sueño, fue realizado en los años 1927 y 1928. En efecto, los ensanches de Santo Tomás, Maese Rodrigo y Puerta de Jerez, configuraron una nueva ciudad y terminaron con la imagen urbana del siglo XVIII. Los derribos del antiguo convento de Santo Tomás y manzanas de casas anexas, prolongaron la calle Gran Capitán hasta enlazar con la nueva calle Reina Mercedes, dando lugar a la gran explanada delantera del Archivo General de Indias. Y los derribos de las varias manzanas de edificios que taponaban el acceso hasta la Puerta de Jerez, incluido gran parte del Colegio de Santa María de Jesús (primera Universidad, 1505-1771), dieron forma a la actual avenida. Luego, nuevos derribos de manzanas de casas que formaban la calle Maese Rodrigo hasta enlazar con las calles San Fernando, Jerez y Almirante Lobo, configuraron la actual plaza de Puerta de Jerez. Es decir, en dos años, con la ayuda de la Dictadura de Primo de Rivera, Sevilla logró hacer realidad sueños ancestrales. El nuevo urbanismo sevillano, logrado con los ensanches y las aportaciones de zonas verdes procedentes del patrimonio de los duques de Montpensier (Parque de María Luisa y Jardines de San Telmo), unidos a los logros del Asistente Arjona en el primer tercio del siglo XIX (Jardines de las Delicias y de Cristina), dieron a la ciudad el diseño actual. Los complementos arquitectónicos fueron frutos de la Exposición Iberoamericana, como las monumentales plazas de España y de América, las decenas de pabellones de los países participantes y nacionales, la avenida Reina Victoria, el Hotel Alfonso XIII, más las nuevas edificaciones regionalistas que crearon un estilo sevillano y marcaron una época de esplendor. La pléyade de arquitectos artistas entre 1900 y 1936, representados aún por numerosos edificios en calles y plazas locales, forman un cuerpo de doctrina urbana único en la historia de Sevilla. Por desgracia, una parte importante de aquel legado de las arquitecturas del "modernismo" y del "regionalismo sevillano", se ha perdido irremisiblemente durante los años cincuenta y sesenta de nuestra centuria, por culpa de la permisividad administrativa en el derribo de antiguos edificios. Símbolos negativos de aquellos años de insensibilidades urbanas, fueron las desaparecidas casas palacios de las plazas del Duque de la Victoria y de la Magdalena. El cambio del perímetro territorial de la ciudad fue motivado por las nuevas barriadas surgidas con motivo de la Exposición Iberoamericana, más el desarrollo de las ya existentes como arrabales. En el primer caso están los nuevo núcleos de Ciudad Jardín, Nervión, Porvenir, Cerro del Aguila, Heliópolis, España y otros de menor entidad entre la Macarena y Miraflores. También San Bernardo, la Calzada y Triana ampliaron sus callejeros.
En paralelo al urbanismo y patrimonio residencial, la Exposición Iberoamericana influyó en los demás aspectos de la vida local. Como escribimos en el capítulo anterior, el Ateneo se convirtió en el principal foro de debates de ideas sobre la nueva ciudad. De la Docta Casa surgieron proyectos de hoteles, de escuelas, de artes y oficios, de todo, en fin, cuando tuviera trascendencia ciudadana. Los directivos y socios ateneístas crearon aulas ambulantes para llevar la cultura a los corrales de vecinos. En 1918 fundaron la cabalgata de Reyes Magos, símbolo de amor a la infancia. Y en 1913-1915 forjaron las bases del moderno andalucismo, convocando a todos los intelectuales bajo el lema de "Ideal Andaluz". El periodismo vivió también una época excepcional con diarios heredados del siglo XIX, como "El Correo de Andalucía" y "El Liberal", que fueron portavoces de las inquietudes y logros ciudadanos. Otra consecuencia de la Exposición Iberoamericana fue la fundación del "ABC" sevillano, sueño de Torcuato Luca de Tena que hizo realidad su hijo Juan Ignacio en 1929. Soporte cultural de aquel tiempo regeneracionista fueron las revista "Bética" (1913-1917) y "Mediodía" (1926-1930), que coincidieron con otras importantes publicaciones representativas de movimientos culturales de vanguardia. Escultura y pintura, poesía y narrativa, música, enseñanza, oficios artísticos, resurgieron con fuerza. Sevilla fue la capital de la llamada "Generación del 27". Sevilla fue también la cuna del toreo durante la "Edad de Oro de la Tauromaquia", con José Gómez Ortega "Gallito" y Juan Belmonte como figuras excepcionales, irrepetibles, después de la trágica muerte de Manuel García "El Espartero" (1894), iniciador de la "Generación Taurina del 98" que terminó en 1913 con la alternativa de Juan Belmonte, según el maestro "Azorín". El fútbol se inició con el Sevilla F.C., en 1905, seguido en 1907 por los clubes Sevilla Balompié y Betis, que luego dieron forma al Real Betis Balompié. También 1905 fue el año terrible de la última hambruna de Occidente, sufrida por gran parte de la provincia sevillana. La religión de la época tuvo el privilegio de contar con tres personajes excepcionales, santos para el pueblo, como fueron Sor Angela de la Cruz (1846-1932), el arzobispo Marcelo Spínola (1835-1906) y el misionero jesuita Francisco Tarín (1847-1910). Para la Semana Santa comenzó una época de reorganizaciones corporativas y cambios estéticos, iniciado con el nuevo canon del "paso" de palio de la Virgen de la Esperanza Macarena, en 1908, de Rodríguez Ojeda. Durante este tiempo que comentamos, contemporáneo a los cinco puentes construidos en la primera mitad de la actual centuria, la Semana Santa se enriqueció con grandes obras de artes del bordado, la orfebrería, la ebanistería y dorado, la música procesional y la imaginería. Las Hermandades y Cofradías no fueron ajenas al Renacimiento sevillano del primer tercio del siglo XX, y además sufrieron la dramática prueba de una cruel persecución religiosa durante la II República. Fueron las Hermandades y Cofradías las que dieron más testimonios de adhesiones públicas a la Iglesia en aquellos años difíciles. Primero durante 1931, con motivo de los debates y aprobación de la Constitución republicana, de evidente signo anticlerical; después cuando las suspensiones de los desfiles procesionales en las Semanas Santas de 1932 y 1933, para terminar con la persecución abierta en los meses de la "Primavera Trágica" de 1936.
Como ya hemos adelantado en varias ocasiones, también el Renacimiento sevillano del primer tercio del siglo XX terminó fracasando por causas nacionales y ajenas a la propia sociedad local, como sucedió en los siglos XVIII y XIX. La Exposición Iberoamericana, con su largo período de gestación (1909-1929), motivó múltiples frentes de actuaciones urbanas, culturales y administrativas, con objetivos renovadores de la vida local y provincial. La ciudad había entrado en la nueva centuria con una pesada carga negativa heredada del siglo XIX, culminada con las consecuencias sociopolíticas del Desastre del 98, las pérdidas de Cuba y las Filipinas, más las sangrientas y costosas guerras africanas. Pero hubo un afán superador de las adversidades y una confianza plena en las propias posibilidades de Sevilla como metrópolis; unas esperanzas ciudadanas que casi alcanzaron los frutos deseados con la celebración de la Exposición Iberoamericana en 1929-1930. Desgraciadamente, la caída del reinado de Alfonso XIII, que tanto bien hizo por Sevilla durante la etapa dictatorial del general Primo de Rivera; la proclamación de la II República y la crisis socioeconómica que provocó el desorden social que tantos daños causó en la capital y gran parte de la provincia, hasta el punto de ser conocida en el resto de España como "Sevilla la Roja" y sumar dieciséis gobernadores civiles en cinco años y tres meses de Régimen republicano; con el colofón de la Guerra Civil, más la larga y penosa postguerra, fueron determinantes para la ruptura del Renacimiento nacido en los primeros lustros del siglo XX. Sevilla, una vez más y por razones externas, perdió la oportunidad de progreso y bienestar tan ansiados. Nicolás Salas [1999]
©Nicolás Salas [1999]
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